El examen forense de los mismos los atribuyó a un hombre varón, de unos
70 años de edad y procedentes del siglo I
San Pedro. Icono siglo VI |
Cuando en la Navidad del año 1950 el Papa Pío XII
anunció al mundo a través de la radio que se había encontrado la tumba de San
Pedro durante unas excavaciones realizadas en el recinto del Vaticano, muchos
dudaron de la veracidad de tal mensaje. La noticia era escueta y no aportaba
grandes detalles acerca del importante descubrimiento arqueológico. Para
encontrar el origen de tal noticia tenemos que retroceder hasta 1939, año en
que comenzó la II Guerra Mundial. Ese
mismo año el entonces cardenal Pacelli había sido elegido Sumo Pontífice bajo el
nombre de Pío XII. Una de sus primeras disposiciones fue preparar la tumba de
su antecesor, Pío XI, fallecido un mes antes de su elección, para lo que fue
preciso excavar en el subsuelo del altar papal, debajo del baldaquino de Bermini y bajo la cúpula de Miguel Ángel;
con estas obras se lograrían dos objetivos importantes, sepultar dignamente al
Pontífice fallecido y comprobar si realmente el Palacio o Basílica del Vaticano
estaba construido sobre una antigua necrópolis que albergaba la tumba del
Apóstol. Al ahondar en las excavaciones se
descubrió que, efectivamente, ésta existía y estaba orientada de Oeste a Este y en paralelo al antiguo Circo de Nerón; la
necrópolis original estaba inundada de tierra, posiblemente para favorecer la
construcción del primitivo recinto donde después se levantaría la actual Basílica.
Se hallaron varios grandes monumentos, determinándose que el más antiguo podría
ser datado en torno al siglo II, donde todos suponían que podría estar
enterrado San Pedro, considerado como primer Papa de la Iglesia católica, aunque en esos
momentos no existía la más mínima prueba que lo demostrara.
Óleo de Caravaggio (1600-1601) |
Las obras duraron
10 años, concluyendo en 1949. En uno de los monumentos más antiguos encontrado,
revocado en rojo, se descubrieron unos textos muy antiguos así como algunas
inscripciones que la profesora Margherita Guarducci, reconocida experta en
epigrafía griega, comenzó a descifrar, concluyendo su trabajo en 1952. Los
grafitos hallados muy cerca de una tumba, estaban escritos muchos de ellos unos
sobre otros, aún así la profesora italiana logró descifrar frases como: “Pedro, ruega por los cristianos que estamos
enterrados junto a tu cuerpo”. También halló el logotipo en forma de “P”
con tres rayas horizontales en forma de llave. Y el más importante de todos, un
grafito cercano a una tumba que se tradujo como “Pedro está aquí”. Se abrió el nicho que era de mármol blanco,
datado en la época de Constantino, y se hallaron restos humanos y, curiosamente
también, los de un pequeño roedor, un ratón, que posiblemente quedó sepultado
en su interior accidentalmente. Mientras que los huesos del roedor estaban
limpios, los huesos humanos contenían tierra distinta a la existente en esa
zona (ello demostraba que habían sido trasladados desde otro lugar) y además
presentaban una cierta coloración roja y restos de pigmentos púrpura y oro
procedentes de la rica tela en la que fueron envueltos, señal inequívoca de que
debieron pertenecer a un personaje muy venerado. Se supuso con toda lógica que
estos huesos fueron retirados para su conservación a este nuevo nicho (que databa
indudablemente de la época del Emperador Constantino) El profesor Venerato
Correnti, catedrático de Antropología de la Universidad de Palermo, que
analizó los restos óseos, llegó a la conclusión que éstos pertenecían todos a
la misma persona, un ser robusto, de sexo varón y avanzada edad (estimada en
unos 70 años) y correspondían al siglo I de nuestra Era. Curiosamente solo
faltaban los huesos de los pies, un hecho que a juicio de los expertos, podrían pertenecer a
una persona que había sido crucificada en posición invertida, “boca abajo”. Se
sabe por la historia que a quienes eran ejecutados de esta forma se les
descolgaba cortándoles los pies para que el resto del cuerpo cayera hacia el
suelo por lo que tal detalle concordaría con la tradición; según ésta cuando a
Simón Pedro le fue comunicada la sentencia de muerte por crucifixión, por orden
del Emperador Nerón, éste manifestó no ser digno de morir como su Maestro,
Jesús de Nazaret, siendo entonces crucificado boca abajo en la colina del
Vaticano.
Aunque todos los indicios
históricos y arqueológicos sugieren que realmente los restos hallados pudieran
corresponder a Simón Pedro, primer Papa de la Iglesia, no es posible establecerlo
científicamente y de forma incuestionable. La prueba más concluyente, la del
ADN, sería absurdo realizarla al no existir descendientes conocidos de este
apóstol para poder cotejarlos y establecer
su indiscutible autenticidad, por lo que debemos valorar el hecho del
descubrimiento en sí mismo considerando las analogías que la historicidad y la tradición
nos dicen, aunque establecer con todo rigor que tales restos óseos pertenezcan
a San Pedro no dejan de ser, en el fondo, otra cuestión de fe. En este sentido
se pronunció el Papa Pablo VI cuando, en el año 1968, anunció oficialmente al mundo que habían sido
encontrados los restos del Apóstol.