Pese a que todas las baterías aéreas dispararon contra
él, ninguno de los más de 3.000 proyectiles lanzados hicieron blanco

Hacia
las 2,25 horas de la madrugada el objeto o grupo de objetos estaban a punto de
penetrar en el espacio aéreo de la ciudad. En esos momentos se admitía la posibilidad real de un ataque aéreo de Japón, dado su poderío militar.
Los puestos de observación de la costa dieron el aviso pese a que el objeto
misterioso había desaparecido de las pantallas del radar, aunque era visible a
simple vista. Sonaron las alarmas y más de 12.000 nuevos vigías fueron llamados
urgentemente a sus puestos. El enemigo volaba entre los 3.000 y 6.000 metros de
altitud y a una sorprendente y lenta velocidad de tan solo 300 kilómetros por
hora. Se produjo un apagón general en buena parte de la urbe y conforme a los
protocolos de defensa pasiva, se encendieron centenares de reflectores de gran
alcance que iluminaron la fría noche. Las baterías antiaéreas, especialmente
las de costa, comenzaron a abrir un fuego masivo.
La
histeria, el miedo y el desconcierto hizo su aparición entre los defensores;
ningún informe sobre uno o varios objetos metálicos que flotaban en el
oscuro cielo era concordante. Unos decían observar 27 aparatos, otros rebajaban
la cifra a 15 y muchos solo apreciaron una gran máquina de forma discoidal
plateada que flotaba majestuosa en el aire, mientras los proyectiles antiaéreos
explotaban a su alrededor o eran rebotados misteriosamente sin que hicieran
mella en la estructura de este ingenio volante. Pese al pánico de más de un millón
de habitantes del sur californiano, ni una sola bomba cayó sobre territorio
continental americano. Todo cuanto estaba ocurriendo no tenía la más mínima
explicación coherente. Las imágenes que reproducimos, publicadas el día 26 por
el periódico “Los Ángeles Times”, provocó un aumento de la perplejidad puesto
que en las fotografías se apreciaba un solo aparato de forma circular y las
luces de las explosiones a su alrededor que, como se pudo comprobar, no
hicieron el más mínimo efecto. Poco después el objeto desapareció lentamente
siguiendo la línea de la costa sin sufrir el menor daño o desperfecto.
Después
de concluida la II Guerra
Mundial con la capitulación de Japón, en septiembre de 1945, el bombardeo fantasma de Los Ángeles quedó
clasificado en un documento “Top Secret” que había redactado y firmado el
propio general George C. Marshall, enviándolo al entonces presidente Franklin D.
Roosevelt. Treinta y dos años después, en 1974, se desclasificó el documento y
de su lectura se puede deducir que ni Marshall, ni ninguna otra persona,
militar o civil, pudo establecer a ciencia cierta qué ocurrió aquella lejana madrugada de 1942 y
las explicaciones oficiosas que se dieron sobre posibles aviones comerciales en
acciones de sabotaje, formaban parte del programa de intoxicación informativa
que en todos estos casos de naturaleza enigmática pone en marcha el gobierno
norteamericano, como lo haría 5 años después, tras producirse el llamado
“incidente Roswell”.
¿Qué
sobrevoló aquella parte de Estados Unidos en 1942? ¿Fue una nave extraterrestre
del espacio exterior? ¿Una hipotética Máquina del Tiempo? Es imposible saberlo.
Pero ahí están los documentos gráficos para demostrar que no hubo una
alucinación colectiva, sino un hecho tan real y contundente que provocó la
respuesta militar a base de un intenso fuego antiaéreo, aunque sin
consecuencias para el supuesto “atacante”. Como siempre decimos a nuestros
lectores, sean ellos quienes saquen sus propias conclusiones a la vista de las
imágenes y los datos que ofrecemos.