LAS GRANDES DUDAS DEL HOMBRE: ¿EXISTE REALMENTE EL “MÁS ALLÁ”…?



Esta presunta y aparente vida tras la muerte constituye, básicamente, el sustento de todas las Religiones, independientemente de su cuerpo dogmático

La gran pregunta que la inmensa mayoría de seres humanos se hace, o se han hecho en alguna ocasión, es ésta: ¿existe algún modo de vida tras la muerte? ¿Es este final  la continuación de la existencia que conocemos bajo las reglas de otra dimensión diferente? ¿O todo es una simple mentira? La única y verdadera respuesta es que no tenemos esa respuesta. No hay ninguna posibilidad de saberlo con absoluta certeza. Nadie ha regresado jamás desde el “otro lado” ni ha retornado nunca de esa misteriosa frontera para despejar todas las incógnitas. Así, pues, todo queda en una mera cuestión de creencias no confirmadas, sustentadas por lo que generalmente se denomina fe. Y esta fe, con sus lógicas diferencias, es común a todo el dogmatismo de índole religioso y quizá en ello esté su verdadero origen. Posiblemente en los albores de la Humanidad, cuando la misteriosa evolución del simio alcanzó su máxima cota de desarrollo en  lo que conocemos como “hombre inteligente” éste ya se  percatara de la existencia de un mundo que le rodeaba y cuya naturaleza física, leyes, ciclos y fenómenos no acertaba a entender.

Dentro de lo que podríamos definir como el MECANISMO UNIVERSAL de la incipiente etapa evolutiva, observar  la propia muerte de sus semejantes, la descomposición de sus restos y desaparición absoluta ya debió ser un colosal impacto emocional del que comenzaron a surgir muchas preguntas, sobre todo el PORQUÉ sucedía  y también si tras ese ciclo vital existía “algo”, otra posible y segunda existencia fuera del ámbito conocido o, por el contrario, la desaparición física, la muerte, representaba el final  absoluto. En este sentido las Religiones vinieron, de alguna forma, a ofrecer la respuesta a sus conjeturas  proporcionándole una sosegada esperanza de que su muerte física tan solo podía ser el principio de otra existencia etérea, inmaterial y sublime, pero ¿esto es así?

Cada religión tiene su respuesta y, por diferentes que sean unas de otras,  todas tienden a paliar la angustia e inquietud que el ser humano siente ante la certeza de su muerte que, en definitiva, surge por el temor a lo desconocido. De ahí nació probablemente esa dualidad cuerpo-espíritu, convirtiéndolo en un ser trascendental que tendría una segunda etapa cuando finalizase la primera.  Pero al llegar a este punto ignoramos una cuestión fundamental: la propia naturaleza del espíritu, alma, reencarnación, karma o como proceda definir según la creencia puramente religiosa e incluso teosófica. Tomemos como punto de referencia el alma, común en los grandes movimientos religiosos del mundo. Según ellos es personal, única e intransferible para cualquier ser humano, entonces cabría formular esta nueva pregunta: si yo no recuerdo absolutamente nada de una existencia anímica anterior ¿porqué he de tener consciencia de una existencia futura?

El lugar donde se supone que van esas almas, que es la parte insustancial del ser físico tras la muerte, se conoce básicamente como el paraíso, el cielo o un lugar donde todo es paz y felicidad y donde nos encontraremos con nuestros seres queridos para disfrutar la eternidad dentro de un fin que no tiene fin. Pero analicemos un momento esta creencia. Imaginemos que un hombre joven muere a los 30 años dejando un hijo de apenas dos; imaginemos también que ese hijo que perdió a su padre, prácticamente sin conocerlo, goza de una excelente longevidad y fallece a los 95 años.  La pregunta curiosa que surge es ¿cómo reconocerá éste a su progenitor en el ansiado paraíso? ¿Cómo un anciano de esa edad podrá reconocer a su padre, que murió a los 30 años? ¿Y a sus ancestros, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos,  a los que ni siquiera vio jamás?  ¿Y en qué lugar habitarán y cómo? ¿Y de qué forma se intercomunicarán entre sí? ¿Y qué sentimientos podrán compartir si no pudieron desarrollar una convivencia juntos?... Preguntas sin ninguna respuesta, evidentemente.  Por eso retornamos al principio y volvemos a formular la misma pregunta: ¿EXISTE O NO EL “MÁS ALLÁ”.  Con certeza  y a modo individual lo sabremos  algún día, cuando nos llegue la hora final, el momento de traspasar la irreversible frontera o ventana hacia lo desconocido. Lo peor de todo es no podremos volver para ilustrar a quienes aún permanecen en esa duda. Por lo tanto la GRAN INCÓGNITA continuará mientras el ser humano exista.
(Tampoco podría descartarse que, dentro de uno o dos milenios, los avances de la Física Cuántica no puedan ofrecer una contundente respuesta)  ¿O quizá no…?