Unas increíbles reliquias junto a una historia, basada en supuestos prodigios procedentes del Medievo, que hoy son puestos en tela de juicio por investigadores independientes
La ciudad de Lanciano es una
pequeña villa de origen medieval en la provincia de Chieti (Región de Abruzzo,
Italia) muy cerca de la costa del mar Adriático. En esta ciudad tuvo lugar un
supuesto prodigio que se conoce como El
Milagro Eucarístico de Lanciano que ocurrió en el año 700 d.C. Según la
leyenda un monje de la Orden
de San Basilio, cuyo nombre no ha trascendido, llevaba ya mucho tiempo dudando
de su vocación sacerdotal; toda su labor religiosa se veía mediatizada por la
rutina y la falta de fe en unos tiempos en que las herejías estaban haciendo
mella en la primitiva y monolítica estructura de la Iglesia; la indecisión asolaba su espíritu e incluso
llegó a tener serias dudas acerca de si durante la celebración de la Eucaristía, un acto
simbólico de primera magnitud en el rito católico, se producía la llamada transubstanciación, o lo que es igual,
la conversión del pan y el vino en auténtica carne y sangre de Cristo. Andaba
muy atormentado por esos problemas íntimamente relacionados con su vocación
religiosa y que, con toda seguridad, conocerían otros miembros de la Orden, entre ellos su propio
confesor.
Según las crónicas, un día
mientras celebraba la misa en la iglesia de los Santos Legonziano e Domiciano,
se produjo el supuesto milagro: en lugar de la hostia de pan ácimo, utilizada
en este ceremonial, apareció una hostia de carne auténtica y un cáliz con
sangre. Tras unos instantes de pavorosa expectación e inmovilidad ante el prodigio, estando de espaldas a los
fieles (como era costumbre en la celebración de la misa en aquellos tiempos) se
volvió hacia ellos con el rostro lívido por la emoción, mostrando a todos el
milagro que acababa de suceder. Como es lógico suponer este portentoso
acontecimiento corrió de boca en boca por toda la comarca, adquiriendo una gran
repercusión en todo el país y allende sus fronteras. El hecho quedó
convenientemente registrado en un manuscrito que se redactó en griego y en
latín, certificando el prodigio, siendo
conservado en el correspondiente Archivo. Posteriormente, hacia el año 1500,
según algunos historiadores, este
convento estaba a la sazón bajo la custodia de la Orden de los Franciscanos.
Al parecer dos monjes de la antigua Orden de San Basilio que llegaron a
Lanciano pernoctaron en el convento y
pidieron ver el manuscrito original que les fue cedido gustosamente para su
lectura y examen. Sorprendentemente, en una acción bastante incomprensible,
robaron el documento marchándose antes del alba, quizá con la secreta intención
de eliminarlo para siempre, intentando borrar la vergüenza de reconocer que un
miembro de su Orden hubiese dudado de la Eucaristía. No deja
de ser extraño que siete siglos después del suceso decidieran tan rocambolesca
hazaña, aunque ya el milagro era
suficientemente conocido en todo el orbe cristiano por lo que no quedaba en
absoluto comprometida su trascendencia. El manuscrito jamás apareció
perdiéndose así un testimonio histórico de primer orden sobre este suceso que
con toda certeza contenía una interesante información y suficientes elementos
para su estudio y análisis, suponiendo que este manuscrito realmente existiese
y que el hurto no sea otra leyenda más, de las muchas levantadas en torno a
este suceso.
Actualmente esta milagrosa reliquia se encuentra en la
iglesia de San Francesco, conservada en un artístico relicario de plata. La
carne, momificada, es una pieza redonda de unos 60 milímetros de diámetro, cuyo
centro está totalmente deteriorado, habiéndose replegado hacia los bordes que
se encuentran ligeramente levantados en pliegues y presenta una coloración
amarillenta o marrón oscuro. Se encuentra en el interior de una custodia,
situada en la parte superior del relicario. En su parte inferior, dentro de un pequeño cáliz transparente de
cristal de roca, está la sangre dividida en cinco grumos con un peso total de
15,18 gramos y un color amarillo-marrón.
Entre los años 1970-71 se realizó
un examen para estudiar las características biológicas de estos elementos y
definir su naturaleza física. Este análisis se repitió en 1981 por el profesor
Odoardo Linoli, Catedrático de Anatomía e Histología Patológica con la ayuda
del profesor Ruggero Bertelli de la Universidad de Sena, utilizando el más
moderno equipamiento científico de entonces. Tomando pequeños fragmentos y muestras de los tejidos momificados, así
como de la sangre reseca, determinaron que la carne y la sangre eran auténticas
y pertenecían a la especie humana y con toda seguridad provenían de un hombre
joven. La carne estaba compuesta por fibrocélulas del tejido muscular del
corazón conteniendo secciones del miocardio, endocardio, nervio vago y por su
grosor original estimado, posiblemente era del ventrículo izquierdo. En la
sangre se hallaron proteínas fraccionadas con la proporción en porcentaje que
corresponden al cuadro seroproteico de sangre humana normal con presencia de
minerales como calcio, cloruros, fósforo, magnesio, potasio y sodio. Ambos
elementos orgánicos son del grupo AB aunque sin especificar el factor Rh. Este
factor, tanto positivo como negativo, se encuentra repartido, en pequeños
porcentajes, prácticamente en todos los grupos étnicos del mundo.
Posteriormente no se han vuelto a realizar nuevos estudios científicos.
¿Qué explicación racional puede
tener este supuesto milagro? Aunque la Ciencia no ha puesto en duda la
naturaleza humana de esta reliquia, desde el punto de vista creyente y
religioso se estima que ésta es parte del corazón de Cristo y que la sangre es
su propia sangre, sin embargo nos hacemos la siguiente pregunta ¿Si de ser
verdad esto es cierto porqué está momificado el tejido cardíaco y la sangre
reseca en grumos? ¿No sería más lógico que pese al tiempo transcurrido se
mantuviese con total frescura y liquidez...?
Analicemos
otros hechos probables. El monje tuvo serias dudas acerca de su vocación
religiosa en unos tiempos en los que las herejías comenzaban a hacer mella en
la práctica de la doctrina y funcionamiento de la Iglesia como institución.
Este monje (cuyo nombre no ha trascendido, desconociéndose por lo tanto su
identidad) es posible que, secretamente, fuese en cierto modo partidario de las
doctrinas heréticas del arrianismo
(que siempre dudó sobre la naturaleza divina de Jesús de Nazaret) y probablemente comentara las grandes dudas y
vacilaciones espirituales que tanto asolaba su mente a otros monjes, incluido
su propio confesor, pidiéndoles consejo y ayuda
para mantenerse firme en una fe que iba perdiendo por momentos; es
posible que cayera en un estado
anímico-depresivo muy severo, circunstancia que no dejaba de ser inquietante
para una comunidad religiosa donde todo se compartía y donde determinadas
actitudes dudosas pudieran ser un peligroso detonante, especialmente en el
convulso panorama religioso que se vivió
en aquella etapa histórica. No es aventurado suponer por lo tanto, y como mera
hipótesis, que algunos monjes prepararan una piadosa artimaña para que este
religioso recuperara su fe. Y nada más fácil que fabricar un milagro con el que podrían devolverle el sosiego
espiritual al hermano descarriado. Posiblemente la mañana en que se produjo
este supuesto prodigio, el cadáver de algún
hombre joven, fallecido de muerte natural, se encontrara descansando en
su tumba faltándole un trozo circular de su corazón y unos pocos centímetros
cúbicos de sangre. Aunque quizá la
comunidad de monjes de San Basilio nunca pudo imaginar la gran repercusión que
su bien intencionada acción iba a suponer para el futuro.