LOS CUERPOS INCORRUPTOS ¿SON EXCLUSIVAMENTE SIGNOS DE SANTIDAD?



Con relativa frecuencia este hecho se asocia a personas que han vivido una intensa vida religiosa ignorándose que tal fenómeno también se produce de manera espontánea, y aparentemente inexplicable,  en seres no creyentes o ajenos al ámbito de la fe

Cuando un ser humano fallece sus restos mortales sufren un deterioro natural y un proceso de putrefacción que poco a poco va haciendo desaparecer las partes blandas del organismo y en un espacio de tiempo, siempre variable en función a ciertos factores físico-ambientales, queda reducido a un montón de huesos, es decir, perdura solo la osamenta que es lo que los expertos llaman la parte del endoesqueleto de los seres vertebrados, cuyo proceso de destrucción total puede durar siglos e incluso milenios o, sencillamente, eternizarse una vez fosilizados. El hueso humano tiene una capacidad de resistencia extrema ya que sus componentes son en un alto porcentaje inorgánicos. Sin embargo -y como decíamos antes- con demasiada frecuencia solemos asociar la incorruptibilidad de un cuerpo tras la muerte como parte de un misterioso, trascendental e incuestionable símbolo de santidad, cuando no un proceso de intervención divina. Hay muchas personas que en vida estuvieron íntimamente ligadas a la religión y fueron considerados santos, como monjes, ermitaños y anacoretas de gran espiritualidad o penitentes de acendradas convicciones y sin embargo, al fallecer, sus cuerpos quedaron reducidos a un simple esqueleto. ¿Dónde está, pues, la diferencia entre unos y otros?


¿Por qué, en igualdad de sublimación mística, unos permanecen aparentemente incorruptos y otros, tras un espacio de tiempo, se corrompen sus carnes y se convierten en simples osamentas? ¿Porqué hay sencillos religiosos incorruptos y del primer Papa de la Iglesia, San Pedro, solo quedan sus huesos? Algo extraño desde el grado de religiosidad que se puede atribuir a sus vidas y a su trascendencia… Las razones, como bien apuntan los especialistas en Antropología forense, nada tiene que ver con las creencias del individuo, sino con factores intrínsecos (que proceden del interior del propio cuerpo) o extrínsecos, provocados por una serie de agentes físicos, ambientales, geológicos, radiológicos o exógenos, sin descartar el uso de técnicas artificiales de conservación que el hombre lleva utilizando durante milenios, logrando un grado de perfección sorprendente. Ahí tenemos el caso de algunas momias egipcias con más de tres mil años de antigüedad, como por ejemplo el de la princesa Mene, cuyo tejido adiposo estaba en perfectas condiciones de volver a la vida, una evidencia que causó una gran perplejidad entre la comunidad científica y también el perfecto estado en que se encuentra el cuerpo de la niña siciliana Rosalía Lombardo, fallecida hace más de 90 años; este pequeño organismo conserva, incluso, todos sus órganos internos en perfecto estado. Estas técnicas tan depuradas nos demuestra que, en la inmensa mayoría de los casos, la incorrupción de orden sobrenatural solo es sostenible desde el punto de vista de la fe religiosa. Lo que se realizó con el organismo de muchos santos, en los momentos inmediatamente posteriores a su muerte, es otro gran secreto. Y no debemos ignorar que en los conventos y Monasterios se atesoraban libros incunables sobre todas las ramas del saber humano y muchos religiosos eran verdaderos maestros en disciplinas tan diversas como la medicina, la química, la física, la taxidermia y otras técnicas practicadas de manera oculta.

Una notable mayoría de cuerpos supuestamente incorruptos fueron estudiados en su día por forenses o médicos creyentes y, por lo tanto, no independientes. Si se hubiesen analizado por especialistas ajenos a cualquier creencia, posiblemente los resultados hubieran sido distintos, como ocurrió cuando se analizaron los elementos que integran el llamado “Milagro de Lanciano” en Italia; análisis posteriores han desmitificado totalmente los primeros llevados a cabo y que fueron incompletos, vagamente fiables y bastante parciales y tendenciosos. Pero la incorrupción no solo se ha producido en personas de fe, sino en ateos, agnósticos o criaturas que por su edad, en el momento de la muerte no pudieron desarrollar ningún tipo de creencia religiosa. Por lo tanto debemos aceptar que el hecho de la incorrupción de cuerpos humanos obedece a razones puramente materiales y no de orden espiritual, como  intentan hacernos creer. Estamos seguros que a medida que se vayan perfeccionando las técnicas forenses con nuevas metodologías de análisis y avancen los imparables conocimientos científicos de la Humanidad, todos estos supuestos y misteriosos episodios se irán desmoronando uno tras otro, porque la verdad científica nos ofrecerá las auténticas causas de lo que hoy todavía parece un incomprensible fenómeno. Claro que siempre habrá quien ponga en tela de juicio estas evidencias, especialmente aquellos que partan de un supuesto de fe. Porque la fe  es simplemente creencia y nunca se sustenta en las leyes de la Física o la Ciencia.