Las flores que
costaron una vida inocente
Desde el final de la guerra civil
y hasta la primera mitad de la década de los 70, la religiosidad popular estaba
decididamente alentada desde las propias esferas del poder, teniendo en cuenta
que el Estado Español era oficialmente confesional y la Iglesia católica la
única reconocida y apoyada firmemente por el régimen político existente en esos
años. Así, pues, catolicismo y españolidad se consideraron inseparables
ideológicamente. Declararse no creyente era una especie de delito aunque no estuviese
recogido en el Código Penal pero, en la práctica, el ateísmo, el agnosticismo y el alejamiento
de la religión terminaban pasando factura al ciudadano de muy diversas maneras.
Sin embargo había algunas excepciones que el régimen ocultaba convenientemente.
Tenemos el ejemplo del Tratado de
Amistad con los Estados Unidos de América de 1953, suscrito dentro del contexto
de la llamada guerra fría, que no
solo cedía a este poderoso país la soberanía y disposición de unas bases
militares en España a cambio de ayuda financiera y apoyo político al régimen
dictatorial del general Franco, sino que tales tratados firmados en Madrid entre
el gobierno liderado por el Caudillo
y la Administración del presidente Eisenhower, incluían una cláusula
secreta que muchos desconocían entonces: la tolerancia oficial hacia la Iglesia de los Mormones como condición sine qua non para llevar a buen término el
desarrollo integral de aquellos acuerdos.
La Jerarquía católica lo supo, pero
las circunstancias políticas de una España prácticamente aislada del mundo a
causa de la dictadura franquista, le obligó a tener que aceptar, aún a
regañadientes, la presencia de esta confesión religiosa, aunque inicialmente ejercería
sus actividades dentro de las Bases hispanoamericanas. Esto significó en la práctica un
notable recrudecimiento del catolicismo, especialmente en la década de los 50 y
60. La Iglesia, en contrapartida a las concesiones hechas por el gobierno
franquista a EE.UU. en materia religiosa, exigió al Régimen más cuotas de poder e influencia en
todos los ámbitos y el mundo de la enseñanza no podía ser una excepción. Ahí
centró la militancia católica española sus mayores esfuerzos, puesto que
aleccionar a las nuevas generaciones era una constante vital para la Jerarquía
eclesiástica. Quizá por ello se le dio tanta importancia a la asignatura de
Religión y en todas las escuelas y demás centros escolares se imponían las
prácticas religiosas como una parte sustancial del propio proceso educativo que
tuvo su máximo exponente en la enseñanza primaria. Negarse a rezar, no ir a misa ni asistir a
ejercicios espirituales, procesiones, festividades y demás actos religiosos era
motivo suficiente para sufrir severos castigos por parte de una gran mayoría de
maestros y maestras nacionales. En este caldo de cultivo la prioridad de
actividades íntimamente relacionadas con la religión, aún primando sobre la
propia enseñanza escolar, estaban a la orden del día. Y dentro de ese contexto
sucedió el relato que vamos a narrar seguidamente.
Comenzaba el mes de mayo del año
1958 y se acercaba el día 13, festividad de la Virgen. La maestra de un pequeño
pueblo, doña Engracia, organizó varios grupos de niñas que irían a buscar
flores a la huerta para una ofrenda floral que tradicionalmente se organizaba
en todas las parroquias con el boato
característico de estas celebraciones y dentro de un ambiente de competitividad
entre escuelas, pues conviene recordar que en aquellos años no existían colegios
mixtos sino que estaban separados por sexos. Uno de los grupos de esta escuela
rural lo formaban cinco chicas de edades comprendidas entre los 8 y 11 años,
entre las que se encontraba Florentina, que
apenas tenía 9 cumplidos en esa época. El grupo estuvo toda la tarde merodeando
por los huertos, por la ribera de las acequias donde crecían flores silvestres
y en las cercanías de un azarbe y apenas si habían podido reunir un pequeño
ramillete puesto que otros grupos de niños y niñas se les habían adelantado.
Una de chicas, Inmaculada, sugirió ir hacia la casa solariega de un rico
latifundista de la zona, muy conocido y a la vez temido por su carácter estricto
y severo que no permitía el acceso a los límites de su propiedad. Este
individuo no habitaba la casa regularmente, sino que la utilizaba muchos fines
de semana para su esparcimiento por lo
que al ser miércoles las niñas pensaron que el señorito Felipe, como así le
conocían, estaría en su vivienda de Murcia y ausente de la finca en esos
momentos; ésta tenía un pequeño jardín y la mansión se encontraba bajo el dosel
de unos altos eucaliptos. Saltaron la pequeña cerca y penetraron en su
interior, yendo hacia un frondoso rosal que se encontraba en el extremo del
perímetro vallado. Apenas habían cogido una docena de rosas cuando, inesperadamente,
apareció el señorito Felipe. Las niñas salieron huyendo, presas del pánico,
pero a Florentina, de constitución débil y enfermiza, le quedó enredada la ropa
entre los espinosos ramajes del rosal y fue retenida por el cacique. Comenzó a
llorar amargamente mientras en su rostro se dibujaba una patética expresión de miedo.
Dos de las niñas regresaron, rogando al señorito que liberara a su amiga. Éste,
hipócritamente, las invitó a entrar para que devolvieran las flores cogidas,
como condición para que dejara marchar a su compañera. Pero una vez que estuvieron
dentro no solo mantuvo retenida a Florentina, sino que obligó a las otras dos a
entrar en una de las dependencias de la mansión.
Aquí existen varias versiones sobre
lo que realmente pudo ocurrir en el interior de aquella impresionante casona
solariega. Según una de ellas, el terrateniente las encerró en un cuarto oscuro
durante algunas horas para darles un escarmiento, mientras otra versión asegura
que las mantuvo en el recibidor de la vivienda hasta que después les permitió
marchar. +Sin embargo el daño psicológico a
la débil constitución física de Florentina ya estaba hecho. Quizá el susto, la
sensación de pánico y el impacto emocional de aquel inesperado episodio activó
la dolencia cardíaca que padecía la niña y ésta enfermó gravemente. Murió unos
meses después cuando las cosechas de los frutos veraniegos estaban en plena
sazón. Fue un duro golpe para la familia y el caso fue muy comentado a nivel
popular, aunque con cierto temor y reserva. Nunca se pudieron emprender acciones
legales contra el señorito; sus influencias en la sociedad gobernante de la Murcia
de entonces, su propia posición social y las amistades que tenía entre los
gerifaltes del Régimen, harían inviable cualquier denuncia. El caso quedó,
pues, impune y relegado poco a poco al olvido.
En la primavera del año siguiente
unos labradores que regularmente cuidaban la finca del terrateniente observaron
que el frondoso rosal del jardín aparecía mustio, sin flores, pese a que en principio
habían crecido entre sus espinosas ramas pequeños brotes que, misteriosamente,
se secaron lentamente. Con el tiempo quedó estéril como un sarmiento. Unos
aseguraban que era un inexplicable fenómeno provocado por el espíritu de la
niña que pretendía vengarse así del infame castigo que le causó la muerte,
otros lo atribuían a un designio divino por no permitir cortar unas flores para
la Virgen, mientras muchos aseguraban que alguien, de manera secreta, había
echado sal para esterilizar la tierra y que ese rosal jamás volviera a
florecer. Y, fuese lo que fuese, lo
cierto es que nunca más esa planta pudo ofrecer la belleza y el aroma de sus
rosas que, como en tantos otros lugares de la Vega, impregnaban el ambiente
primaveral, rivalizando con la fragancia del azahar ¿Qué ocurrió realmente? ¿Cuál
de las tres teorías es cierta? ¿Hubo alguna connotación sobrenatural? Difícilmente podremos saberlo nunca…
(A raíz del suceso el señorito comenzó a visitar la finca cada
vez con menos frecuencia. Dos años después, por orden suya, todo el jardín fue arrancado de cuajo; ordenó abrir una zanja y
su lugar fue ocupado por los cimientos de un ancho muro de piedra y ladrillo sobre
la que se colocó una valla metálica, acababa en punta de lanza que estuvo hasta
que, tras su muerte, sus herederos la
vendieron y pasó a manos de un nuevo propietario)