Capítulo 11: EL PASAJERO NOCTURNO

¿Qué impenetrable secreto había detrás de aquel misterioso joven que hacía auto-stop? 

 En una pequeña ciudad de las afueras de Murcia. Invierno de 1985.

 Fernando terminó de trabajar muy tarde; el pequeño taller de reparación que había montado con su socio, Agustín, había tenido tanto éxito y estaban tan agobiados de trabajo que hubieron de incrementar la jornada laboral hasta no menos de diez o doce horas diarias. Aquella noche volvía a casa conduciendo su coche por una solitaria carretera que apenas tenía tráfico pese a ser relativamente temprano. Hacía frío y el día se había cerrado con un amago de tormenta que no llegó a descargar, tan solo un cielo cubierto de nubarrones sobre el que restallaban lejanos relámpagos. Soplaba un viento racheado que, a veces, se tornaba más intenso y agitaba las ramas de los árboles; consultó su reloj de pulsera y después conectó la radio del coche para escuchar el boletín de noticias de las 22 horas. Unos minutos después, mientras el locutor ofrecía la información de los sucesos, centró su atención en una figura humana que caminaba por el arcén. 

 
Cuando estuvo más cerca pudo distinguir la figura de un hombre que le hacía señales de auto-stop; ralentizó la marcha y al acercarse un poco más las luces del coche iluminaron a un joven que insistía levantando el brazo; parecía como si pidiera auxilio… Aunque no era partidario de recoger a personas desconocidas, y menos aún de noche, la semblanza de aquel muchacho que parecía tener problemas o haberse extraviado le llevó a detener el vehículo y bajar el cristal de la ventanilla.

 --¿Te ocurre algo, joven…? 

-- Por favor ¿me puede llevar hasta la ciudad? –preguntó escuetamente el desconocido. 

--Sí, por supuesto –respondió Fernando mientras quitaba el seguro de la portezuela. 

--Muchas gracias –dijo agradecido después de acomodarse junto al conductor. 

--Estás muy pálido… ¿Qué ocurre? ¿Has tenido algún accidente? –volvió a preguntar Fernando. 

--No, no tema, no le causaré ningún problema –se limitó a responder el desconocido. 

Durante los diez kilómetros que distaban de la ciudad el joven apenas habló. Parecía como si estuviese meditando. Fernando no quiso romper el silencio ni siquiera con una frase trivial y optó por permanecer callado. Aquel muchacho parecía un autómata con la mirada perdida. Poco antes de llegar a la ciudad, cuando ya las luces de los arrabales se dibujaban al fondo, el misterioso joven rompió su mutismo. 

--¿Podría dejarme ahí, más adelante, junto a aquella primera farola? 

--No hay problema, aunque si quieres te puedo llevar a cualquier sitio, no es ninguna molestia para mí –respondió Fernando. -

-Muchas gracias, pero no es necesario. 

 Detuvo el coche y el desconocido bajó después de que darle tímidamente las gracias. Fernando quedó un tanto intrigado por el aspecto de aquel joven y, especialmente, por la extrema palidez de su rostro que resaltaba su negro cabello, ligeramente alborotado. Después de que éste se apeara continuó hacia el otro extremo de la pequeña ciudad donde tenía su vivienda. Al aparcar el coche en el garaje se dio cuenta que el joven se había dejado olvidadas unas gafas de sol que tenían los cristales rotos. Frunció el ceño y las dejó sobre el salpicadero, pensando que difícilmente podría devolvérselas a su dueño. 

Al día siguiente, apenas serían las ocho de la mañana, Fernando abrió el taller y pocos minutos después llegó Agustín, su socio. Traía el semblante muy serio y parecía preocupado, una actitud inusual en una persona siempre risueña y alegre. 

--¿Algún problema, Agustín? 

--Nada, Fernando, cosas de la vida. Anoche se estrelló el hijo de Javier, un amigo de mi familia. El muchacho tenía unos 20 años. Esta misma tarde es el entierro.

 --¡Vaya, cuánto lo siento! Desgraciadamente estas cosas suelen pasar… ¿Dónde ocurrió? 

--A unos diez o doce kilómetros de la ciudad. Serían las 9 de la noche, aproximadamente, según la Policía. Precisamente el coche que conducía lo reparamos aquí hace unos meses. 

--¿Qué…? 

--Sí, hombre, fue aquel Simca 1200 blanco ¿No lo recuerdas? 

--¿El Simca al que hubo que cambiarle el embrague, no? 

--Pues sí, el mismo ¡Qué mala suerte ha tenido este chico! –exclamó Agustín con tristeza. 

--Escucha, anoche pasé yo por la carretera sobre las 10 y no había rastro de ningún accidente… 

--Es normal que no hubiera huellas. El joven perdió el control, se salió de la vía y al caer por el terraplén chocó contra un árbol. Dicen los sanitarios que murió en el acto. 

--¡Ahora que lo dices, anoche yo recogí a un…! Pero no, no puede ser… ¡es imposible…! 

--¿A quién recogiste? –preguntó intrigado Agustín. 

--Sería un joven de unos veinte años. Caminaba solo y hacía auto-stop. Estaba muy pálido y parecía como si hubiera tenido algún accidente, pero eran ya poco más de las 10 de la noche… No, no es posible, debió ser otro. 

--Sin duda… -dijo Agustín sorprendido por las palabras de su socio. 

En las semanas siguientes, Fernando no pudo apartar de su cabeza la semblanza de aquel misterioso joven que había llevado a la ciudad; tenía grabada a fuego su imagen en la memoria, su semblante extremadamente pálido y la extraña manera de comportarse, como si fuese un autómata. Mientras reparaba los coches, permanecía absorto, en silencio, y solo respondía con monosílabos a Agustín. Éste, muy extrañado, le interrogó acerca de su actitud, bastante inusual desde hacía un tiempo.

 --Fernando, llevas ya dos o tres semanas comportándote de forma un poco rara ¿te encuentras bien?

 --Sí, claro… 

--A ti te pasa algo ¿qué es…? 

--Nada, no me ocurre nada, en serio –respondió Fernando. 

--¿Es a causa del trabajo? ¿Estás agobiado? Por favor, dime la verdad, todo tiene solución… 

--Bueno, verás… 

Fernando contó a Agustín la idea obsesiva que tenía en su mente sobre aquel caso y le enseñó las gafas de sol que el misterioso joven se había olvidado en el coche, los cristales estaban rotos y la montura metálica deformada, como por un golpe. Todo era muy extraño. Agustín trató de convencerle de que su imaginación le estaba jugando una mala pasada pero Fernando seguía obsesionado con tan extrañas ideas. Pocos días después Agustín consiguió una fotografía en la que aparecía el chico que se había estrellado en el Simca 1200 y aunque dudó mucho en un principio, acabó por mostrársela a su amigo. Apenas éste la vio casi estuvo a punto de sufrir un desmayo. Allí, entre aquel grupo de jóvenes desconocidos, Fernando identificó, sin la menor duda, al muchacho que había llevado en su coche la fatídica noche del accidente ¡¡Y ERA EL MISMO QUE UNA HORA ANTES DE RECOGERLE HACIENDO AUTO-STOP, HABÍA MUERTO AL CHOCAR CONTRA UN ÁRBOL EN ESA SOLITARIA CARRETERA!!