
Estaban en unas capas sedimentarias cuya datación corresponde al Pleistoceno superior y aparecieron en diferentes profundidades, en unos niveles que abarcan desde los 3 hasta los 12 metros. Su estructura no puede ser atribuida a un capricho de la Naturaleza ni a la formación casual de figuras complejas producidas por el agua u otros elementos naturales. Los objetos han sido manufacturados con un grado de sofisticación más que sorprendente tanto por su forma como por sus medidas y, especialmente, por su composición metálica: los hay de cobre (los de mayor tamaño)y también de tungsteno y molibdeno, metales que tienen un punto de fusión de 3.410 y 2.650 grados Celsius respectivamente y que corresponden a los más pequeños. Todos han sido sometidos a rigurosos estudios por la Academia de Ciencias rusa de Syktyvka, en Moscú y San Petersburgo, y también por un instituto científico de Helsinki en Finlandia; ambas instituciones llegaron a la sorprendente conclusión de que la antigüedad de estos objetos se establece entre los 20.000 y los 300.000 años.
Los científicos rusos admitieron, incluso, la posibilidad de que los datos obtenidos en el estudio inducen a admitir que posiblemente tales objetos hayan sido fabricados por una tecnología de origen extraterrestre. Sin embargo otros científicos, un grupo muy reducido, no descartan la posibilidad de que puedan haber sido transportados hasta esas lejanas épocas por seres procedentes del futuro. De aceptar como válida esta teoría, las diferentes piezas habrán sido fabricadas por los medios tecnológicos que han desarrollado los hombres del siglo XXV y trasladadas posteriormente al pasado más remoto para dejarlas como una prueba irrefutable de que los viajes en el tiempo son posibles y que la Humanidad del futuro ya lo ha conseguido. Sería tanto como anunciar a nuestra actual civilización que la hipotética Máquina del Tiempo no es una quimera, sino una apasionante realidad.