Las palabras de aquella niña que dejaron atónitos a los miembros de una familia
Francisco P.S. tenía 60 años prácticamente recién cumplidos cuando sufrió aquel percance inesperado. Siempre había gozado de buena salud, desarrollaba a la perfección su trabajo en una empresa del sector servicios y su vitalidad parecía la de un joven de 30 años. Nadie podía suponer que el fin de sus días estuviera tan cerca. Aquel festivo había ido con su esposa a comer a casa de unos amigos. Fue una comida campera en una finca de las afueras de la ciudad, al aire libre y bajo el suave clima de un día de finales de septiembre. La sobremesa, bajo un porche de lona, entre los árboles, fue amena y deliciosa. Hablaron de los viejos tiempos de juventud, de sus estudios en la Universidad, de sus viajes de fin de semana, de sus recuerdos y añoranzas. Francisco era amante de la Naturaleza y su mayor ilusión era poseer una casita de campo, algún día.
Volvieron a casa sobre las 6 de la tarde. Aún hacía calor y el sol estaba alto. Francisco P.S. tomó una ducha ligera y luego se recostó en el confortable tresillo, frente al aparato de TV. Se reclinó mientras daba unas leves cabezadas. Julia, su mujer, estaba en el salón contiguo ordenando algunos enseres y haciendo esas pequeñas cosas que se postergan para los días de descanso. El viejo reloj de "cu-cú", regalo de la abuela, anunció las 7 de la tarde. Julia volvió al saloncito de la TV y vio a Francisco plácidamente dormido, con la cabeza ligeramente inclinada. Esbozó una sonrisa y bajó el sonido del aparato.
Apenas eran las 8 de la tarde cuando sonó el teléfono y Julia atendió la llamada; al otro lado del aparato, la voz de su hijo mayor, Ricardo, le anunciaba su inminente llegada junto a su joven esposa Miriam y el pequeño Fran, de poco más de tres años. Sería la clásica visita familiar que tanto les agradaba recibir, especialmente para disfrutar de su nieto y compartir la cena que Julia preparacía con todo esmero y que reuniría a parte de la familia en una cálida velada, unidos por la vivacidad del pequeño Fran que hacía las delicias de todos con su inocente locuacidad.
En televisión habían comenzado a emitir un partido de fútbol y la estrepitosa voz del comentarista, enardecida, relataba los pormenores del encuentro. Julia se extrañó de que Francisco, gran aficionado a este deporte, no se hubiese despertado, así que decidió llamarle. Posó su mano sobre el hombro y le traqueteó suavemente.
--¡Paco, Paco, el fútbol ya ha comenzado...!
Francisco no despertó. Su cuerpo se desplazó lateralmente hacia la derecha y quedó como en vilo, ante la extrañeza de su esposa.
--¡Paco, despierta, Paco...! ¿Qué te pasa?
Justo en ese momento sonó el timbre de la puerta. Fue a atender la llamada. Al abrir se encontró con su hijo Ricardo, su nuera y el pequeño. Él, extrañado, preguntó a su madre:
--¡Mamá, qué pasa, estás pálida...!
--Hijo, tu padre está en el salón como dormido y no se despierta...
Fueron inútiles todas las llamadas. Entre gritos de histeria y lamentos, comprobó que su padre estaba muerto y su cuerpo se enfriaba por momentos. Llamaron a Urgencias, presas de la agitación y el nerviosismo. Diez minutos después llegaron los sanitarios y accedieron al salón. La joven doctora, tras pedirles calma, comenzó a examinar a Francisco. Puso el estetoscopio en varios lugares de su pecho, le abrió los párpados y examinó el cuerpo. Luego se alzó y mientras se quitaba el estetoscopio, dijo gravemente a la familia:
-Lo siento, no podemos hacer nada. Su padre ha sufrido un infarto estremadamente severo y ha mueerto. Debe haber sido hace ya media hora.
El velatorio se celebró en un Tanatorio, donde aquella misma tarde, ya descendiendo las sombrs de la noche, condujeron a Francisco en un coche fúnebre. Poco a poco fueron viniendo amigos, conocidos y familiares que rompían a llorar ante aquella muerte inesperada. Uno de los familiares que llegó a la sala mortuoria,sobre las 10 de la noche, fue Federico, sobrino de Francisco. Vino acompañado de su esposa y su única hija, Estefanía, de 9 años de edad. La niña se acercó a ver al "tito Paco" junto con sus padres, que no podían ocultar el llanto, porque estaban muy unidos. Estefanía había recibido muchos regalos de Francisco, que siempre la había considerado como su primera nieta, aunque no lo fuera. Estefanía, pese al drama que envolvía a la familia, estaba con una expresión serena, como si no hubiese sentido la menor afectación por la muerte de su "tito". Se la veía caminar de un lado a otro del amplio salón y parecía como si hablara con alguien. Ya al filo de la medianoche, Federico empezó a despedirse de la familia; volvería a casa con su esposa y la pequeña Estefanía para que descansaran y al día siguiente vendrían de nuevo para el entierro, previsto para las 5 de la tarde. Poco antes de marchar, Estefanía le pidió a su padre ir a hablar con el primo Ricardo, porque tenía que decirle una cosa muy importante.
-Dime, cariño -dijo Ricardo agachándose hasta quedar a la altura de la niña.
-Primo Ricardo, el "tito Paco" me ha pedido que te diga una cosa.
Ricardo quedó un momento indeciso, mirando a la niña fíjamente a los ojos. Imaginó que le diría cualquier frase inocente, propia de su edad.
-Me ha dicho que tienes que ver unos papeles muy importantes que están en el cajón de la mesa de su despacho y que no dejes de verlos.
-¿Cómo...? -respondió Ricardo asombrado.
La madrugada fue larga y tediosa. Al final, apenas una docena de familiares y personas cercanas quedaron toda la velada en el Tanatorio. Al día siguiente, a media mañana, Ricardo regresó al domicilio de sus padres a recoger una documentación que era necesaria para los efectos burocráticos del entierro, entre ellos la póliza de decesos familiar. Intrigado por las palabras que le dijera Estefanía la noche anterior, entró en el pequeño gabinete de su padre. Abrió el cajón y allí encontró un sobre con una abultada documentación sobre la compra de una finca que él y su padre tenían proyectado adquirir a las afueras de la ciudad. Pero ¿cómo era posible que la niña supiera que esos documentos estaban allí, si nunca hablaron del asunto con nadie? Pretendían dar una sorpresa al resto de la familia, cuando realizasen la transacción, por lo que el asunto lo habían llevado en un absoluto secreto entre ellos. ¿Quién le había dicho a Estefanía que en el escritorio se encontraban un sobre con estos papeles que él mismo desconocía? ¿Su padre, después de morir...? ¡Imposible! Entonces ¿cómo sabía la pequeña que esa documentación estaba allí? ¿Regresó Francisco de la muerte y habló con la pequeña?
¿Fue posible que ocurriera este hecho extraordinario? ¿Fué posible...?