Unos “Soles” de alta tecnología frente al desconocimiento humano de aquellos años
Estamos convencidos que si el caso Fátima hubiese tenido lugar en nuestra época, a nadie se le hubiese ocurrido imaginar que estaríamos ante la evidencia de una aparición mariana y sí, por el contrario, frente un extraño acontecimiento de cualquier otra enigmática naturaleza, menos la estrictamente mística o religiosa. La descripción del Ente luminoso que se apareció a los pastorcillos un 13 de mayo sobre aquella encina de los campos de Cova de Iría, una especie de holograma de escasa estatura que ellos definieron con el lenguaje coloquial de las cosas sencillas que conocían, habría sido definido e interpretado por cualquier persona medianamente ilustrada por otro modelo de definición sin recurrir a una imagen icónica de la Virgen María. ¿Porqué…? ¿Quizá por la relativamente escasa religiosidad de esta época? No, probablemente porque el Ente de la aparición tiene demasiadas connotaciones con otros modelos míticos que existen en el ideario popular en base a la información que ya es de conocimiento público: seres de pequeña estatura, grandes ojos, boca pequeña, que hablan sin mover los labios y parecen jotar en sus movimientos, como si no estuvieran sujetos a las reglas de la gravedad terrestre y que se asocian a presuntos alienígenas, seres de otros mundos que presumiblemente visitan nuestro planeta, cuya imagen ya ha sido reportada en infinidad de casos de probables avistamientos.
Esta fue una aparición que nadie pudo ver salvo los tres pastorcillos (no se olvide este detalle) y cuya voz o mensaje nadie escuchó con absoluta claridad, salvo Lucía dos Santos, la mayor de las videntes. Si al resto de los mortales le fue vedada esta visión trascendental, no lo fue, sin embargo, la consecuencia directa de todo este proceso visionario cuando tuvo lugar el último de los encuentros programados, el 13 de octubre de 1917 en la inmensa explanada de los campos de Cova de Iría ante una multitud que muchos no han dudado en cuantificar en 60 o 70.000 personas, una cifra que parece exagerada a todas luces, pero que demuestra lo realmente multitudinaria que fue. En esa ocasión era de día, cerca de las 2 de la tarde, el cielo estaba cubierto y caía una persistente llovizna sobre todos los asistentes. La masa humana que acudió a aquel lugar fue de lo más variopinta: hombres, mujeres y niños, jóvenes y ancianos, personas con una elevada cultura y conocimientos y otros, sencillamente, analfabetos que ni siquiera conocían los últimos adelantos de la ciencia de entonces.
Pero todos vieron el prodigio. Todos asistieron atónitos, aterrorizados o simplemente asombrados, al
“movimiento” de uno o dos discos luminosos que evolucionaron de manera caprichosa, pero inteligente, sobre sus cabezas. Estos “soles” no pudieron ser identificados por nadie, sencillamente porque en 1917 solo se conocían como objetos capaces de volar el globo aerostático y el aeroplano y aquellos discos brillantes cuya visión no dañaba a la vista, solo pudieron ser identificados como El Sol, nuestro astro rey y a éste creyeron que estaban contemplando. Ni siquiera los más ilustrados pudieron disuadirse de la imposibilidad de que una Estrella diez veces más grande que nuestro planeta pudiera entrar en su atmósfera, ni de que el calor generado habría volatilizado todo con solo aproximarse. No había nada para comparar con aquel fenómeno aéreo e inconscientemente se pensó en el Sol, como la única figura familiar comparativa. No pensaron que podría tratarse de un misterioso objeto volador, desconocido, que ascendía hacia lo más alto trazando una trayectoria en ángulo recto, como lo demuestra una de las fotos tomadas por Josua Benoliel y que permanece secretamente custodiada desde entonces. El milagro se produjo, sencillamente, por la ignorancia de las gentes y su incapacidad de comprensión incluida la de los más cultos que se vieron superados por su propia escasez de conocimientos. Tan solo 40 años después su apreciación personal del suceso hubiese sido diametralmente opuesta, pero en 1917 el estadio científico de la raza humana, aún de los mejor preparados científicamente, estaba en las antípodas del conocimiento que llegaría, escasamente medio siglo después.
(Llegaría con el lanzamiento del primer Sputnik al espacio y cuando se abrió la imaginación a la posibilidad de que otras naves alienígenas, muy superiores en tecnología a las humanas, pudieran penetrar y evolucionar sobre la atmósfera terrestre)